Por Jesús Contreras, profesor en Escuela iONa
Es por todos aceptada la premisa de que los infantes tienen una mayor facilidad para combinar, modelar, y plantear ideas de toda índole. Cuán fácil era llegar y enfrentarse al papel sin mayor arma que un lápiz, una goma, y quizá unas ceras, si se diese el caso. Independientemente de la afinidad, destreza o paciencia, en mayor o menor medida, de cualquier niño, es cierto que la tranquilidad con la que uno se disponía a dibujar no conocía de impedimentos a priori. Y es cierto, en verdad, que es una de las múltiples facetas en que la forma de ser de los niños más pequeños sale a relucir: su manera de afrontar la realidad, no sin matices, encuentra su seno en la curiosidad más pura, sin mayor expectativa ni pensamiento que la experiencia de aquello con lo que interactúan.
Pero a medida que los años pasan, nos encontramos con una cruda tesitura en la que pocas veces nos atrevemos a indagar, y cuyas implicaciones para con nuestra forma de experimentar la vida, y en particular el arte, son colosales: comienzan a surgir el ego y la mente racional, y con ellos, la discordia en nuestro ser. Y es que lo que antes era para nosotros tan sencillo, tan natural, como coger un lápiz y plasmar en cualquier soporte cualquier cosa que nos apeteciese, sin enjuiciarla ni a ella ni a nosotros mismos, se vuelve una labor tan tediosa y/o frustrante para tantas personas, que supone una ruptura sin remedio entre ellas y el arte.
A medida que nos desarrollamos pisco-emocionalmente, los seres humanos construimos el ego, anteriormente mencionado, de forma completamente natural. Y no, el ego de que hablamos no es lo que comúnmente conocemos como narcisismo ni egocentrismo. El ego es la estructura psicológica que hacemos de nosotros mismos, los demás y el mundo, es lo que permite a los humanos percibirse erradamente separados de los demás y su entorno, algo de lo que carecen tanto los animales como los niños.
Y es que este esquema mental muchas veces se interpone entre nosotros y nuestra creatividad. No podemos negar que cada persona es un mundo, y cada cual tiene sus propios intereses y capacidades, eso es indiscutible. Pero cuando el deseo por crear está ahí, cuando la necesidad imperiosa de desarrollar la faceta artística de uno mismo está presente y somos incapaces de crear como antaño, es cuando nos encontramos ante nuestro propio ego. Y es que igual que confeccionamos ideas y juicios sobre los otros y el entorno, también lo hacemos acerca de nosotros mismos. Y no todas esas ideas son positivas y alentadoras. Precisamente eso es lo que distingue a un niño pequeño de un adulto generalmente: la total y absoluta falta de expectativas, ideas preconcebidas, juicios y referentes peyorativos para su desempeño.
Solemos idolatrarnos a nosotros mismos como especie, el aparente ‘’pináculo’’ de la evolución intelectual, sin prestar atención a los demonios que acompañan tal capacidad de comprensión e inteligencia. El enfrentamiento con ese ego que contiene lo más oscuro de nosotros mismos, la sombra harto mencionada por el psiquiatra suizo Carl Jung, es sin duda uno de los grandes filtros que permiten solo a aquellos dispuestos a vivir en plenitud su faceta más artística y creativa, hacerlo con total disfrute y libertad.
A pesar de todo, no es el fin de este pequeño escrito el de demonizar nuestro lado consciente y culparlo de impedirnos dar rienda suelta a nuestra imaginación. Una parte de ese ego es precisamente aquella que nos permite reconocer también nuestras cualidades, puntos fuertes, gustos, objetivos y sueños ilusionantes. Y por supuesto, con un correcto enfoque psicológico, analítico, emocional y práctico, podemos romper nuestras barreras mentales y alcanzar aquello que perseguimos, ya sea un estilo artístico propio, un más rico lenguaje visual o una forma más original y personal de jugar tanto con los elementos formales (color, valor, tono, anatomía, composición…) como con los elementos más abstractos y disruptivos del arte (distorsión de las formas, cuestionamiento de la lógica, de la validez de nuestras ideas desde un punto de vista
constructivo, planteamiento de nuevos símbolos, metáforas y conceptos en nuestras obras…).
Todo en este mundo tiene una parte positiva y constructora y otra negativa y destructora, y nuestra mente, nuestro ego, no es una excepción. No careces de creatividad, solo necesitas volver a aprender a dejarla fluir libremente como hacías cuando eras pequeño.
Te animo a que reenfoques tu autoconcepto y tus propias capacidades, eres capaz de mucho más de lo que crees, y es un deleite descubrirse en un camino de crecimiento personal, ¿y qué mejor forma que crecer y ser mejor que a través del arte? Da rienda suelta a tu imaginación, no te arrepentirás.
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