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Kintsugi, la belleza de las cicatrices

Por Coral de Rus, profesora y directora de formación en Escuela iONA




Hace unos cuantos años, cuando trabajaba para Save the children, en el hospital Gregorio Marañón, había una sala específica donde los niños y niñas ingresadas en este hospital venían a pasar unas horas de relax y así su estancia se hacía un poco más agradable. Por un tiempo se olvidaban de dónde estaban. Cada día realizábamos actividades y proyectos nuevos. Una de esas jornadas en las que estábamos trabajando con arcilla, Gádor (una niña de cuatro años de Gran Canaria, muy dicharachera y con una gran sonrisa) había estado modelando durante más de cuarenta minutos una cabeza de monstruo que había diseñado ella misma para esa actividad. El monstruo tenía de todo, era completísimo, colmillos muy grandes, tres ojos ( todos ellos muy distintos unos de otros), cuerno, etc..


Les expliqué que tenían que tener paciencia porque la arcilla tarda en secar y no se puede pintar hasta que pasen un par de días. Otra cosa a lo mejor no, pero paciencia Gádor tenía toda la del mundo. L@s niñ@s que pasan tanto tiempo en hospitales están hechos de otra pasta. Entonces llegó el gran día, y claro, cómo era natural apareció con su sonrisa de oreja a oreja y me dijo: hoy sí que sí vamos a pintar mi monstruo... por los nervios, por no agarrarlo bien, por lo que fuese, daba igual, su monstruo cayó al suelo y se rompió en cinco pedazos. Os podéis imaginar mi cara, la suya reflejaba un gesto serio pero inapreciable porque al segundo reaccionó diciendo "no pasa nada, esto se arregla con brillos!!". Le encantaba la purpurina y a mí me pareció una gran idea. No pasa nada, claro que no!! Lo pegamos con un pegamento fuerte y purpurina para que se apreciasen bien las grietas y en ese momento vi claramente cómo nos pueden afectar las cosas, y le expliqué que eso que ella había hecho era en sí una obra de arte aunque no lo supiera. La idea de unir los trozos unos a otros de una forma muy visible era una técnica ancestral japonesa llamada kintsugi. En el lugar de poner purpurina, se aplica oro para resaltar las grietas y las cicatrices de ese objeto. Lo bonito de esta técnica es no tratar de ocultar esa cicatriz,si no todo lo contrario,mostrar con orgullo todo lo que es único. El resultado final fue un gran monstruo precioso lleno de parches de purpurina “al estilo Gádor". ¿Cómo esa actitud podía derivar en algo que no fuese un obra de arte? Era imposible.


Nos pasamos la vida intentando ocultar nuestras “imperfecciones”, ya sean referidas a nuestro físico, a nuestra personalidad, a nuestros resultados creativos o proyectos... No nos damos cuenta de que todos esos traspiés, cicatrices...no tenemos que ocultarlos, si no todo lo contrario, darle la vuelta y ver en qué pueden transformarse. Hay que darle valor porque ha formado parte de nuestro aprendizaje. De esta forma, Gádor pudo enseñar orgullosamente su obra personal y única mientras todos los demás aprendimos de ella. Es una pena el hecho de no conservar la foto final de su escultura pero al menos sí guardo el dibujo que me regaló inspirándose en el momento en que se le cayó el monstruo al suelo. Sobran las palabras.



"La caída", ilustración de Gádor


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