Por Jesús Contreras, profesor en Escuela iONA
A grandes rasgos (y no sin ciertas concesiones), podemos afirmar que existen dos grandes ramas que engloban todos los estilos dentro de la rama de las artes: la figurativa y la abstracta. A pesar de la gran cantidad de subcategorías en las que éstas ramifican, sus aparentes diferencias son claras. En general, las obras de arte figurativas están destinadas a representar objetos y sujetos que son reconocibles y que se pueden encontrar en el mundo que habitamos, mientras que el arte abstracto trabaja con formas y colores que no tienen por objetivo la emulación de elementos presentes en el mundo real. Estas dos propiedades son intrínsecas al arte figurativo y abstracto y, por tanto, irreconciliables. Sin embargo, esa línea divisoria que separa ambas es más difusa de lo que cabría esperar, dejando un sutil espacio que nos invita a la reflexión y al aprendizaje. Cuando un artista comienza a aprender a pintar figurativamente, se enfrenta a la verdad que subyace a nuestra percepción visual. Hay un consenso creado por nosotros como grupo que acuerda determinar si algo es un árbol, un gato o un rostro humano. Incluso cuando estas declaraciones sufren influencias individuales y culturales más leves o más severas, estas ‘’etiquetas’’ siguen siendo un hecho tangible. A pesar de la obviedad, aprender a enajenarnos de nuestra propia percepción preconcebida nos vuelve capaces de difuminar la línea que separa la figura de lo abstracto, y ver que lo que llamamos, por ejemplo, mano, no es más que un objeto conformado por una serie de formas, luces, sombras y colores estructurados y organizados específicamente.
Líneas simples y faltas de detalle siguen siendo capaces de representar diferentes posturas de una mano humana sin dificultad
Esta comprensión puede tener un impacto crucial en nuestra percepción a la hora de crear. Y es que es cuanto menos intrigante la forma en que el entrenar esta "percepción enajenada" de la realidad puede mejorar enormemente nuestro entendimiento visual de la misma. Al buscar una pintura excelentemente concebida, no solo debemos preocuparnos por una gran aplicación de la anatomía, estructuración geométrica y/o el uso de colores fidedignos a nuestro objeto de representación, sino también profundizar en las entrañas de la pieza. Y es ahí donde la abstracción se funde con la figuración, donde nos damos cuenta de que las ‘’capas inferiores’’, las más generales, despojadas de toda concreción cognitiva, de una obra de arte requieren ser trabajadas con el mismo nivel de mimo, detalle y exhaustiva reflexión que los elementos figurativos superficiales que las contienen. El pintor figurativo puede buscar así una representación ‘’alterada’’, ‘’subjetivada’’, al reducir, modificar y moldear la información con la que trabaja en su nivel más básico, empleándola a su favor para transmitir su visión al enfatizar y distorsionar características específicas como el contraste, la temperatura del color o las diferentes posibilidades compositivas.
Desglosar una composición de la manera más simple posible nos ayuda a conocer las decisiones subyacentes que tomó el artista.
De este modo, aprendiendo a desdibujar las líneas que separan la figuración y la abstracción, podemos abordar una obra de arte desde una perspectiva más amplia, desprendiéndonos del objeto real, expandiendo nuestra capacidad de lidiar con los desafíos que toda pintura nos presenta, permitiéndonos captar la imagen general en lugar de los diferentes elementos que la conforman para que podamos trabajar con mayor libertad. Al sumergirnos en el caos que cimienta la superficie ordenada, un artista puede explorar sin restricciones sus obras en su esencia más pura, libre de los límites del pensamiento, internándose en la naturaleza abstracta y fundamental de lo visual. Si somos capaces de ello, podremos sentir con deleite cómo una obra figurativa sólidamente concebida vuelve a su pura y verdadera naturaleza informe para luego recobrar sus límites, congelándose ante nuestra mirada, creándose una comunicación, un ir y venir entre lo tangible e intangible, un equilibrio entre ambos mundos que puede conmover nuestros sentidos desde la primera mirada ,antes de que nuestra mente racional pueda procesar la pieza en detalle, disfrazándola con cientos y miles de elementos reconocibles que intentan interponerse entre nosotros y las profundidades de esa pintura que nos cautiva.
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