Por Lucía Ares, profesora en Escuela iONA
Cuando te encuentras con una obra de Kiefer no hay equívoco alguno, podrías reconocerle a kilómetros. Su impronta es inconfundible, todo en él es una muestra de personalidad propia, es un "aquí estoy yo". Es por eso por lo que considero de total justicia dedicarle al menos un artículo, a modo de pequeño homenaje. Hoy os voy a hablar de unos de mis artistas favoritos (y aún sigue vivo).

Anselm Kiefer: "Las célebres órdenes de la noche", (1997) Acrílico y emulsión sobre lienzo. 514 x 503 x 8 cm (Atención al tamaño. Visita Bilbao y no te lo pierdas)
La obra de Anselm Kiefer es sobrecogedora, emociona en un sólo vistazo. La primera vez que me encontré con piezas suyas fue en una visita norteña, entre pintxos y txacolís, en el Guggenheim de Bilbao. Me quedé maravillada ante semejante muestra de expresividad, ante tal despliegue de garra. Existen muchos tipos de artistas, acorde a la diversidad de personalidades de quienes ejercen esta forma de expresión. Los hay comedidos, pausados, delicados, sutiles, los que pasan de puntillas por la superficie del lienzo. También están los que se dejan el alma en cada gesto, los que muestran una energía apasionada sobre la superficie de sus obras. Kiefer pertenece a estos últimos. Los formatos sobre los que trabaja son de magnitudes monumentales. En ellos incorpora y alterna copiosas cantidades de pintura, textos, y collage a base de elementos vegetales, ropajes, objetos y enormes placas metálicas que oxida intencionadamente para darle a sus obras ese aire de dramatismo, de nostalgia, de ruina. No caben las categorías en una obra con tanto cuerpo, con tal despliegue de recursos gráficos, con tal grado de textura y volumen que bien podríamos considerar como "pintura escultórica". Kiefer utiliza frecuentemente una composición basada en la generación de profundidad a través de un punto de fuga situado en la parte alta o muy baja del lienzo. Esto es algo que repite con obsesión. En su paleta de color no verás tonos vivaces, saturados, llenos de luz. Aquí reinan los tonos terciarios, los ocres, marrones, los grises, la monocromía.


Shevirath Ha Kelim (2009), Pabellón Kiefer

Kiefer, alemán de procedencia, no duda en crear paisajes desolados, que inevitablemente recuerdan a las crudezas de la Segunda Guerra Mundial. Utiliza el simbolismo, la mitología como pilares fundamentales, su obra es pura historia de la humanidad traducida en "imágenes". No puede decirse que su obra sea complaciente en un sentido bucólico, no es paz ni orden lo que transmite. Es lo que queda tras una debacle, como la transformación de un paisaje tras una erupción volcánica. Así es la obra de Kiefer, cruda, áspera pero profundamente hermosa.


El artista trabajando en una de las piezas para la Bienal de Venecia (2022)

Anselm Kiefer. "Hombre bajo una Pirámide", 1996. 281 x 502 x 5 cm
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