Por Lucía Ares, profesora en Escuela iONA
Existen muchas formas de valorar una obra de arte, de analizarla, de clasificarla, de disfrutarla. Es muy común el rechazo o favoritismo del espectador hacia una obra por la temática que esta aborda, por el mensaje social que puede transmitirte aquello que ves o por aquello que puede resultarte agradable, tranquilizador, armónico...o todo lo contrario. A lo largo de la historia son muchos los artistas interesados en cuestiones consideradas escabrosas o de "poco gusto", moralmente hablando. Los artistas, atraídos por la expresividad, el dramatismo o simplemente el aspecto estético de lo observado, atraviesan esas barreras morales y se envalentonan a plasmar figuras grotescas, cuerpos desmembrados, rostros desfigurados, imágenes perturbadoras. Cada cual tiene su propia motivación interna, si bien hay modas que empujan a la preferencia de unos temas sobre otros.
La muerte, esa palabra que atemoriza y a la vez da sentido a nuestra existencia, ha sido, es y será, una gran fuente de inspiración artística. Es uno de los grandes temas universales, una realidad que irremediablemente todos los seres llegamos a "vivir". Hay quienes sienten especial fascinación por este asunto, quienes lo asumen con naturalidad, quienes lo rehúyen y quienes piensan en la muerte como un nuevo nacimiento o transformación en otro ente u otro ser. En torno a la problemática de la muerte, y a la (no)aceptación de ésta han surgido religiones, filosofías de toda índole, y también mucho arte.
Si hay una etapa en la que se aborda especialmente este temática es el Romanticismo (finales del siglo XVIII). Frente a los ideales racionalistas y apolíneos que impusieron la Ilustración y el Neoclasicismo, los escritores y artistas románticos hicieron de la emoción su bandera pasando a representar temas dramáticos, con finales lúgubres, de amores imposibles, de civilizaciones mermadas, ruinosas, de vidas truncadas por la insatisfacción, por la frustración y el dolor de no alcanzar los ideales anhelados y cómo no, del sentido de la vida. Con motivo de la fecha de publicación de este artículo he pensado en hacer una pequeña recopilación con alguna de las obras más tenebrosas de la pinacoteca romántica.
Julien Adolphe-Duvocelle . Ogling skull.(1873-1961)
Théodore Géricault. Estudio de dos cabezas cortadas (1819). Probablemente le parecieron unos buenos bodegones gore a representar.
Pocos años más tarde, el propio Géricault terminará siendo pintado en su lecho de muertte por su amigo Charles Émile Champartin. Theodore Géricault muerto en su cama (1824).
Caspar David Friedrich, es uno de los pintores románticos más populares. Muchas de sus pinturas representan ruinas y tumbas, y os recordarán a escenas "draculianas" . Es innegable la influencia estética de sus pinturas en el cine de terror. En la imagen, Tumba de Kügelgens (1821-1822)
Caspar David Friedrich. Fragmento de Abadía en el Robledal, 1809.
Como ejemplo del Romanticsimo por la exaltación de lo emocional, tengo que nombrar Las famosas pinturas negras de Goya, donde ese espíritu de la insatisfacción y el desagrado queda plasmado en un sinfín de personajes desfigurados, siniestros, desvirtuados. Aquí os dejo un par de muestras menos conocidas de uno de nuestros artistas más internacionales.
Francisco de Goya (1746-1828). Visión fantasmal.
Francisco de Goya (1746-1828). Fragmento de San Francisco de Borja en el lecho de muerte de un impenitente.
PD: Este artículo sólo pretende mostrar las posibilidades ilimitadas de la expresión artística, espero que tengáis un buen día festivo y que este tema os motive para aferraros a la vida con ganas y a encontrar inspiración hasta en los días más oscuros.
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