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La imagen luz en la construcción de nuestra memoria

Foto del escritor: Escuela de Arte iONAEscuela de Arte iONA

Carlos Calvo, profesor en Escuela iONA


El concepto de imagen tiene muchas implicaciones, desde las primeras

representaciones rupestres hasta el día de hoy han pasado milenios. A lo largo de este

tiempo “la imagen” ha servido a la humanidad en su desarrollo, definiendo la realidad,

creando identidad, expresando emociones, comunicando y construyendo memoria.

Hoy vamos a hablar de la imagen luz, la cual es la que más nos interesa conocer como

creadores de imágenes, ya que ahora es la que más abunda.


La imagen luz es aquella imagen que es invocada por los usuarios en las pantallas, (los

móviles, los ordenadores u otros dispositivos). Las invocamos entrado en las plataformas digitales, las buscamos por palabras clave, nos aparecen por algoritmos, las

encontramos en carpetas en las memorias de los discos duros. Nos encontramos con

ellas en la publicidad queramos o no. En resumen, vivimos rodeados de estas imágenes

y además, aunque nos saturemos de ellas, siempre buscamos ver más y más.




La cantidad de fotografías (sin contar los estímulos visuales, carteles, etc..) que una

persona ve al día puede variar ampliamente dependiendo de su estilo de vida, trabajo y

hábitos de consumo de medios. Sin embargo, algunos estudios sugieren que una persona promedio en un entorno digitalizado puede ver entre 500 y 3,000 imágenes al día.


Lo visual, antes, hace menos de un siglo, se conformaba en mayor medida por el mundo físico, el mundo real. Las fotografías e imágenes que una persona consumía eran una cantidad bastante reducida. Además, estas imágenes eran reconocidas, por ejemplo, cada familia tenía su álbum de fotografías donde todas las personas que se veían en ellas eran conocidas, incluso se sabía quién había tomado o creado la imagen, se dice que eran imágenes con padre y madre haciendo referencia a que se conocía quién era el autor.


Lo visual hoy se conforma a base de lo que se conoce como (no)-imágenes. Imágenes

sin padre, ni madre, sin historia, sin memoria y en caso de tener historia u autor poco le

suele interesar al espectador, quien de media dedica tres segundos a contemplar la

imagen. Son visualidades en su mayoría sin relato o testimonio, que llevan hasta el borde del colapso los smartphone y ordenadores. Crean una necesidad en el individuo de visualizarlas, también se caracterizan por no ocupar un lugar físico.


¿Cuánto vivirán estas (no)-imágenes? De algunas de ellas la vida es tan corta como el

hecho de tomarla y borrarla. Aun así, la mayoría son almacenadas en tarjetas de memoria, en discos duros o en la nube. Algunas ganaran importancia y perdurarán, pero la inmensa mayoría con cierta seguridad con el paso de los días u años caerán en el olvido, no recordaremos en qué sitio del espacio-virtual están guardadas. Con el pasar del tiempo y en el mejor de los casos si se localizaran, ¿podremos volver a verlas?, ¿nos permitirán las nuevas tecnologías reproducirlas?


Se dice que desde los primeros experimentos fotográficos hace 205 años, se han

generado 3,5 trillones de ellas, obviamente creer en esta cifra aproximada se convierte

en un acto de fe, ya que es una imposibilidad conocer el número exacto. Pero este dato

incierto trae consigo una nueva pregunta ,¿qué cantidad de imágenes se han destruido

ya?. Se plantea esta cuestión porque la razón más lógica a la incesante producción de

estas visualidades parecía ser el miedo al olvido, sin embargo, parece apuntar también

a la construcción de nuestra identidad frente a los otros.




“La memoria y su pérdida son un tema central en mi trabajo. Si no tuviéramos recuerdos, estaríamos condenados a un presente amnésico, carente de perspectiva temporal.” Daniel Canogar reflexiona en su obra sobre aparatos electrónicos dañados u obsoletos los cuales alteran o muestran imágenes deterioradas.


Pero, ¿cómo funciona nuestra mente y nuestra memoria con toda esta información

visual? Nuestras capacidades son limitadas y a grandes rasgos tendemos a recordar los

sucesos de mayor importancia o recurrencia en nuestras vidas, el uso que hemos dado

como sociedad a la fotografía ha sido inmortalizar, superar a la memoria y en especial

desde la aparición de las redes sociales ha servido para pertenecer a grupos, identificarnos socialmente y generar relatos condicionados por las propias plataformas,

modas o ideologías momentáneas.


A día de hoy, especialmente en las grandes ciudades, vivimos en civilizaciones cada vez

más visuales, La vista llega antes que las palabras. El niño mira antes de hablar.

(J. Berger.


Modos de ver. PG. 7). Mirar es un acto de elección y parece que en esta nueva etapa el

ser humano se comunica individualmente a gran escala como nunca lo había hecho.

Las imágenes actuales son (des)apariciones, seres que son siempre dejando de ser. JPG,

TIFF, RAW ripeados y comprimidos que parecen -o intentan-reducir a imágenes nuestros

actos experienciales. Aun así, son imágenes sin testimonio, imágenes-tiempo

determinadas por un fugaz presentismo. Pero estas nos afectan con la suficiente

relevancia como para redefinir los límites de las realidades. La realidad perceptiva y la

realidad virtual están desalineando sus fronteras. “¿Cómo puede esto influirnos en los

modos de ser, hacer, actuar?, ¿Puede cambiar la neuroquímica del cerebro?” Jesús

Millán Muñoz se plantea estas cuestiones en su artículo “Cuántas fotos se hacen en el

mundo”.


Nuestro mirar, ser y hacer está condicionado a ver a través de la pantalla, pero

que pasa con nuestra memoria, es ya memoria de procesamiento o memoria RAM.

La memoria y el olvido guardan una relación de interdependencia, a pesar de que el

ser humano siempre ha luchado contra el olvido y si bien es cierto que el lenguaje y la

escritura ha sido la mayor herramienta para trasmitir el conocimiento, no se puede negar la importancia que han tenido las imágenes. Pero en lo que respecta a la historia reciente, somos las primeras personas en desenvolvernos en este fluir inabarcable de

visualidades. Ya no salvamos del olvido los hechos o conocimientos más relevantes,

sino que, desde la aparición de la fotografía, y gracias a los avances tecnológicos hemos

creado un cuantitativo aumento en la producción de imágenes.




Nuestros bisabuelos se hicieron una media comprendida entre un retrato y cinco,

nuestros abuelos se hicieron más fotografías, aunque durante gran parte de su vida el

número de imágenes no difería en exceso entre 20 y 50 fotografías en papel. Desde la

llegada de las cámaras digitales esas cifras aumentaron exponencialmente y a partir de

ahí las siguientes generaciones comenzamos a producir infinidad de registros

fotográficos inabarcables, donde todo era capaz de quedar registrado. La ulterior

industrialización de la tecnología de la cámara sólo cumplió con una promesa inherente

a la fotografía desde su mismo origen: democratizar todas las experiencias

traduciéndolas a imágenes.4 (Sontag, Susan. (2005), Sobre la fotografía, Alfaguara, p. 21).


Tras esta democratización de la fotografía, se ve así interrumpido el fluir lógico del

hacer del olvido. Sin embargo, como hemos dicho nuestras limitaciones mentales

siguen ahí, ¿entonces estamos olvidando otras cosas, aspectos de nuestras vidas que no

podemos o no queremos trasladar al mundo visual?, ¿se ve afectado cómo construimos

nuestra memoria personal?


La memoria se ha visto alterada previo a la invención de la cámara, por ejemplo mediante la construcción de relatos, “A menudo tendemos a fechar nuestros recuerdos en relación a otros, los situamos construyendo relatos. Cuando asumimos el riesgo de plasmar en relatos nuestros recuerdos, asumimos también el poder recordar únicamente el primer relato o los siguientes confiriendo un orden y una claridad a algo que en un principio no era más que impresiones confusas y singulares.” (Marc Auge Las formas del olvido, p.29). Gracias a estos relatos nos hemos asegurado de poder salvaguardar los recuerdos, ya que aunque se te olvidara una parte de lo sucedido, la memorias se podían restaurar reconstruyendo e imaginando el desarrollo lógico de estas historias. Ahora las fotografías suponen un nuevo pilar en estas reconstrucciones dando la apariencia de una veracidad mayor.


Los recuerdos más valorados son aquellos que aseguran la certeza de nuestra

continuidad y nos identifican, si volvemos la vista atrás a las imágenes en papel de

nuestra infancia podemos observar como nuestra mente ha olvidado periodos. A veces

sabemos que estuvimos allí porque recordamos la imagen que lo atestigua, e incluso

a veces no podemos asegurar si un recuerdo es real o imaginario, “El problema de los

recuerdos infantiles es que en seguida son remodelados por los relatos de quienes los

asumen como propios: padres o amigos que los integran a su propia leyenda” (Marc Auge Las formas del olvido, p. 29).


¿Qué es pues un recuerdo?, ¿cómo están configurados?, Supervielle en Boire á la source

hace una reivindicación a la esencia del olvido:

“¡Atrás, vosotros también!, gentes de buena memoria. Sabed que siento un especial placer en no recordar fechas exactas”.


En nuestra cultura cultivamos siempre la buena memoria y nos esforzamos en encontrar formas para no olvidar, relatos, historias, leyendas, pinturas, esculturas, vídeos, fotografías, todas ellas tienen el fin de acumular conocimientos y han permitido lo que globalmente consideramos un avance sociocultural, sin embargo, hoy en día la

sobresaturación de imágenes parece interferir en el proceso natural de síntesis que

constituye el recuerdo. Es decir, es tal la cantidad de imágenes que visualizamos a

diario que nuestra capacidad de contemplación se ve comprometida, además la cantidad de veces que vemos imágenes del mismo tema, ya sea un tema banal o no, visto una y otra vez podría alterar nuestra memoria, podríamos no desecharlo en el olvido, solo por la cantidad de veces que lo vemos. Por esto, concluimos con una cita de Marc Auge en Figuras del olvido donde nos dice: “El olvido está en íntima relación con el recuerdo y es tan necesario como éste para la identidad social y personal.”


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