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La búsqueda de la esencia

Por Lucía Ares, profesora en Escuela iONA




¿Por qué un artista que anteriormente pintaba de una forma más académica termina saliéndose del marco, deformando lo que antes pintaba con detenimiento, como si hubiese desaprendido tolo lo que un día dominó?


En ocasiones, a cierta edad, nos llega el momento de cuestionar todo aquello que sabemos, de quitarnos capas de verdades que no eran tan verdades, de abrirnos a un mundo de posibilidades antes ocultas tras una falsa cobertura de certezas inamovibles. Cuando crecemos y descubrimos que no sólo hay un camino, que existen muchos grises entre el blanco y el negro, es cuando llega ese momento de renacimiento, de emprender las cosas de una forma distinta a como se hacían anteriormente. Entender que lo natural no es algo estable, si no todo lo contrario, un constante flujo de momentos de incertidumbre en los que tenemos que decidir qué rumbo tomar. En el arte sucede exactamente lo mismo.


Cuando un proceso pasa a ser conocido y dominado, se atisba la necesidad de encontrar otra cosa, otro reto o posibilidad que nos sorprenda. Muchas veces se habla de volver a los orígenes, como quienes vuelven a sus ciudades o pueblos natales ya entrada la madurez, dándole valor a lo que en un tiempo pasó a segundo plano por otro tipo de prioridades propias de otra edad. En la pintura también sucede. Llega un punto en el que muchos artistas buscan la espontaneidad, la genuidad de las primeras veces, las pinceladas más primitivas, dejando lugar al accidente. Se busca esa soltura, esa frescura propia de los niños, de los que aún no han sido domesticados, como un ejercicio interno de antropología, un ejercicio de verdad. Se busca encontrar en las pinceladas necesarias, nunca en exceso, la esencia de uno mismo, como el perfume que recoge la esencia de una flor.



En la imagen de la izquierda los icónicos Nenúfares de Monet en la tapa inicial de la serie. A la derecha, Nenúfares en los últimos años.




Dos obras de William Turner: A la izquierda, "El bosque de Bere" (1809). A la derecha, "Crepúsculo sobre un lago" (1840)



Goya: "La maja vestida" (1798-1805). A la derecha, fragmento de "La Romería de San Isidro" (1823)


Rembrandt: A la izquierda, "Autorretrato con gorra y dos cadenas"(1642). A la derecha, "Autorretrato como Zeuxis"(1662)



Es muy probablemente por eso por lo cual el mismo Picasso dijera que había tardo cuatro años en pintar como Rafael y toda una vida en dibujar como un niño. Estaba hablando de esto mismo, de desaprender. Del trabajo mental que implica eliminar todos los prejuicios con los que nos vamos llenando los bolsillos. Prejuicios sobre nuestro entorno, sobre nosotros mismos y sobre cómo tiene que ser las cosas.


Es un trabajo arduo con el que seguramente todos aquellos que tratan de conocerse a sí mismos tienen que lidiar en su día a día y durante toda su vida, tal y como sucede en la pintura, que no es más que un reflejo de la personalidad de uno mismo.


Cuando oímos hablar de pintores históricos, es habitual asociar estos "cambios" de estilo, esta evolución artística a problemas emocionales, a enfermedades o al deterioro de llevar a sus espaldas muchos años de vida. Pero no es así, es todo lo contrario. Es precisamente la esencia del pintor lo que aparece en esos últimos años. Las pinturas negras de Goya, los últimos nenúfares de Monet, el diferencial estilo de El Greco, las pinturas más maduras de Rembrandt, de William Turner, y de muchos otros nos muestran no su decadencia, si no la esencia de lo que realmente buscaban en la pintura, sin máscaras de aceptación social. Es lo que finalmente les define, como cuando a gran distancia distinguimos a una persona por su forma de caminar o por su inconfundible risa. Es en ese momento cuando realmente conocemos la personalidad, la esencia del artista.











Fuentes:



https://www.museothyssen.org/coleccion/artistas/rembrandt-harmensz-van-rijn/autorretrato-gorra-dos-cadenas

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